Voto telemático

Luis Bernal 23 de diciembre de 2022


Las desconfianzas existentes para implantar métodos de votación telemáticos son lógicas en cualquier organización por dos razones principales. Por un lado, existe la reticencia al cambio: si algo se ha hecho siempre de una misma forma, ¿para qué cambiar? Si siempre hemos votado presencialmente ¿por qué hemos de modificar este sistema de elección que sabemos que funciona?

Y, por otro lado, la incomprensión del funcionamiento de la tecnología también es fuente de objeción al cambio: no sabemos cómo funciona exactamente la tecnología en general ni los métodos de votación electrónicos en particular y tenemos dudas de que, una vez votado, nuestra elección pueda perderse o, lo que es peor, modificarse. Emitimos un voto electrónico en un ordenador, es una caja cerrada y de ahí salen posteriormente el recuento y el resultado de las elecciones. En informática se conoce como caja negra, de la que no sabemos nada y parece estar sujeta a múltiples errores y ataques externos, pero si lo pensamos fríamente, sucede lo mismo con una votación presencial: como votante, no controlamos ni observamos todo el proceso desde el principio hasta el final.

Frente a la primera de las desconfianzas, el miedo al cambio es muy humano por la inercia de “hacer las cosas como siempre”, pero frente a la segunda de las reticencias, el desconocimiento, podemos intentar entender el funcionamiento del voto electrónico y estudiar ejemplos ya existentes.

El sistema de voto electrónico está regido por la ley de cada país, pero en general, obliga a dos cuestiones primordiales: una correcta identificación del votante y una alta seguridad del sistema para el guardado y recuento de votos posterior.

Para la correcta identificación existe la firma electrónica que ya solemos utilizar en gran cantidad de documentos, muchos de nosotros contamos con un certificado digital (obtenido habitualmente de forma presencial) emitido por nuestra comunidad autónoma o por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre (entidad nacional que emite también en España los billetes y monedas de curso legal). A este certificado se le suele unir un elemento de seguridad adicional que puede ser una clave o contraseña que solo conoce el usuario y que es requerido por la plataforma online de votación en el momento del acceso por parte del usuario. Por tanto, para la identificación se requieren un certificado electrónico previo y una contraseña; podemos considerar que es tan válida la firma electrónica por internet como la presentación de un DNI u otro documento identificativo en una votación presencial.

También nos puede preocupar que el voto sea correctamente emitido, almacenado, escrutado y guardado para sus posibles verificaciones posteriores, además de privado (no debe relacionarse la identidad del votante con el voto emitido, pues éste debe ser anónimo). Es aquí donde entra en juego una plataforma de votación electrónica bien implementada y a prueba de ataques externos. Una plataforma electrónica de voto debe proveer confidencialidad del voto, verificabilidad (cada votante puede comprobar el sentido de su voto a posterior), disponibilidad del servicio durante todo el tiempo de votación, respaldo y almacenaje encriptado de los votos emitidos, recuento preciso de todos los votos, resistencia a los ataques externos y permitir auditorias de observadores independientes.

La mayoría de estos requisitos ya se han conseguido en distintas plataformas de voto online, es cierto que no existe un sistema de voto electrónico seguro al 100% pero tampoco existe el mismo sistema 100% seguro de forma presencial: los ataques externos y el fraude en las votaciones presenciales también existen. Es fundamental que todo lo anterior funcione correctamente y sin errores, pues los votos en las elecciones son la piedra fundamental de una democracia, tanto para un país como para una empresa o para un colegio profesional.

India, Brasil y Venezuela ya utilizan el voto electrónico en sus elecciones generales y otros países como Francia, Argentina, Perú, México, Canadá y EE.UU. en algunas zonas de su territorio. En España, comunidades autónomas como País Vaco, Catalunya, Galicia y Comunidad Valenciana han llevado a cabo distintas experiencias a este respecto, desde la utilización de algunas mesas electorales con voto electrónico presencial (el votante se desplaza al colegio electoral) hasta la emisión de voto electrónico para residentes en el extranjero, pasando por la completa votación telemática en municipios piloto.

Los ejemplos en España de instituciones que implementan el voto electrónico son mucho más numerosos: gran cantidad de bancos permite el voto online de sus socios en los consejos de administración y juntas de accionistas, clubes deportivos, juntas de vecinos, consultas públicas y presupuestos participativos en ayuntamientos y comunidades autónomas, elecciones sindicales (Whirlpool, Red Eléctrica) y colegios profesionales (Colegio de Abogados de Sabadell, Consejo General de Colegios Médicos).

Y todavía no hemos redundado en las ventajas que sí aporta el voto telemático: la desaparición del voto nulo (aunque sí es posible votar en blanco), reducción de errores por recuento manual, reducción de costes, reducción de desplazamientos, facilitación del voto de personas que están lejos de su centro de votación o tienen movilidad reducida, y, para los fisioterapeutas de la Comunidad de Madrid y si nos atenemos a los resultados de participación en las elecciones de nuestro colegio profesional, podría ser el revulsivo necesario para que el índice de participación suba del nimio 10% en el que nos encontramos actualmente.