Fisio-relato ganador
Paula Ludeña 8 de julio de 2019
Daniel esperaba sentado en un largo pasillo a que alguien le llamara. Estaba solo en un lugar desconocido, dónde batas y pijamas blancos eran vestidos por personas que entraban y salían sin cesar de una sala nueva para él y que pronto se convertiría en familiar.
En su libro de bioquímica estudiaba el efecto emocional de la hormona oxitocina y los numerosos estados de ansiedad que combatía. Si fuera así, ¡cuantísima oxitocina estaba segregando en aquel momento! pensó.
De repente, le mencionaron. Daniel estaba en un completo estado de incertidumbre. Se sentía nervioso, tenía miedo, no sabía qué le iban a hacer, si le iba a doler… las emociones surgían a borbotones y aun así él tenía muy clara su meta: volver a correr para poder ser el mejor delantero del mundo.
Cuando llegó a aquella sala, sus sentimientos de temor desaparecieron y empezaron a surgir otros nuevos. Una cara sonriente y un pijama blanco como la nieve se plantaron frente a él. –Hola Daniel, soy tu fisioterapeuta y vamos a trabajar juntos los próximos meses. - Enseguida sintió una conexión instantánea.
La fisioterapeuta le realizó algunas preguntas delicadas, porque supuso hablar de su accidente de coche, pero enseguida notó la empatía de la chica y la tranquilidad que le transmitía.
Cuando entró, solo pensaba en que no podría volver a correr. Fue una operación sencilla de ligamento cruzado anterior. Todo el mundo le decía que volvería a estar como antes, pero ya llevaba un tiempo que no podía doblar la pierna ni la mitad de lo que antes lo hacía, y él dejó ver su miedo y su preocupación. Aun así, la sonrisa no se borraba de la cara de la chica. Ella le explicó todo el trabajo que tendrían que realizar juntos y también en su casa. Iba a tener que esforzarse mucho, pero mucho mayor era su motivación.
Pasaban los días y las semanas. La sala de rehabilitación se había convertido en su segunda casa. Allí había encontrado la amistad de su fisioterapeuta, de otro paciente y de los auxiliares. Vivía momentos alegres y de risas. También de desesperación, y muchas veces de dolor. Siempre tiembla con las palabras de su fisio “ahora te voy a forzar un poquito más” en aquel momento miraba al paciente vecino. Era hora de agarrarse a la camilla y pensar de nuevo en la meta que se planteó en aquel pasillo de rehabilitación el primer día. Entonces la fuerza y la motivación florecían de nuevo.
Habían pasado ya meses, y la armonía era el día a día en rehabilitación. Los pacientes reían con otros pacientes, los fisioterapeutas conversaban alegremente entre ellos, las auxiliares bromeaban con los fisios y Daniel respiraba ilusión y felicidad en cada rincón de aquella sala.
Al finalizar la terapia, no solo se fue satisfecho por su recuperación, su esfuerzo incalculable realizado aquellos días y el excelente trabajo y dedicación de su fisioterapeuta; sino que además se iba de un lugar donde sentía que tenía una familia con la que tanto había compartido los últimos meses. Una grata experiencia que le había llenado un poco más su vida y que nunca olvidaría.